Me gustan más las canciones que los himnos, y más aún los pueblos que sus banderas; pero en este caso, ondeando la bandera del Bierzo em la Base Juan Carlos I (Isla Livingston, con el buque Sarmiento de Gamboa al fondo), he querido dejar testimonio gráfico de la visita de un berciano a la Antártida.
En 1988, en el libro El Viaje del Vierzo, anuncié el advenimiento de la República Independiente del Bierzo: tiempo después, Ikeaplagió el nombre, pero la idea sigue viva y ahora, desde la Antártida, la veo más clara que nunca. Un país sin armas ni fronteras, sin contaminación y sin coches, sin divisiones ni exclusiones, sin otra identidad que la Paz y la Cooperación. Un pueblo que tenga por patria la Ciencia y por matria la Educación; esa es la República Independiente del Bierzo en la que me gustaría vivir.
Un país glo-cal: capaz de formar parte del mundo global (y comprender cómo el cambio climático global afecta ya a nuestra vida cotidiana, y a la de nuestros hijos e hijas), sin perder nunca las raíces nutrientes del microcosmos local, que son nuestro ADN. En la Antártida me siento más berciano que nunca, unido en afectos y pensamientos al Bierzo, porque lo llevo a flor de piel. Al tiempo, me siento el más universal de los ciudadanos del mundo, hermano de rusos, chinos, chilenos, coreanos, con quienes estos días comparto experiencias y abrazos.
Al sentirme berciano en la Antártida, quiero recordar a cuatro paisanos ilustres que desde su tierra, o lejos de ella, nos señalan los cuatro puntos cardinales: al Norte, desde Berlín, Enrique Gil y Carrasco, inmenso viajero por toda Europa, ejemplo de amor al Bierzo, sin dejar de ser nuestro romántico más europeo y cosmopolita. Al Sur, desde las Islas Salomón, don Álvaro de Mendaña, natural de Congosto, Adelantado del Pacífico, que navegó estos mares. Al Este, desde Barcelona, Ramón Carnicer, maestro de los libros de viaje como Donde las Hurdes se llaman Cabrera y muchos otros, modelo de rigor, amenidad y fino humor. Y al Oeste, desde el Mirador de Orellán en Las Médulas, Elvio Nieto, compañero inseparable del fotógrafo Amalio, inventores del senderismo berciano.
Estos cuatro bercianos universales son, por derecho propio, ciudadanos de esa República Independiente del Bierzo que hoy proclamo de nuevo desde la Antártida. El Bierzo que sueño sin la contaminación que envenena nuestros ríos y los silentes valles, con Aire Limpio, respetuoso con su patrimonio cultural, artístico, histórico; sin políticos mediocres ni gobernado desde Valladolid con el mando a distancia. Una comarca capaz de mirarse al espejo sin sentir vergüenza. El Bierzo glocal del que hoy quiero ser embajador ante el Parlamento de Hielo, donde reinan las elegantes ballenas y son felices los pingüinos.